La Naturaleza de la Consciencia,
por Stan y Chistina Grof.
Algunas observaciones del estudio de
los estados holotrópicos de conciencia son tan radicales que no sólo desafían
la teoría y la práctica de la psiquiatría, la psicología y la psicoterapia sino
que también socavan algunos supuestos metafísicos más básicos de la ciencia
occidental. Ninguno de estos desafíos conceptuales es más drástico y de largo
alcance que las nuevas intuiciones sobre la naturaleza de la consciencia y su
relación con la materia. Según la neurociencia occidental, la consciencia
constituye un epifenómeno de la materia, un producto secundario de complejos
procesos neurofisiológicos del cerebro y, por lo tanto, una parte intrínseca e
inseparable del cuerpo. La investigación moderna de la consciencia llevada a cabo
las últimas cinco décadas ha hecho que dicha hipótesis sea muy cuestionable.
Muy
poca gente, incluyendo la mayoría de los científicos, se da cuenta de que no
tenemos ninguna prueba de que la consciencia se produzca realmente en el
cerebro y por el cerebro. No hay duda de que existe una amplia evidencia
clínica y experimental que demuestra unas interconexiones y correlaciones
significativas entre la anatomía, la fisiología y la bioquímica del cerebro,
por un lado, y los estados de consciencia, por el otro. Sin embargo, representa
un gran salto lógico inferir a partir de los datos disponibles que dichas
correlaciones representen una prueba de que el cerebro sea realmente el origen
de la consciencia. Dicha deducción sería similar a la conclusión de que los
programas de televisión se generan en el aparato, porque existe una estrecha relación entre el
funcionamiento o malfuncionamiento de sus componentes y la calidad del sonido y
la imagen. A partir de este ejemplo es obvio que la estrecha conexión entre la
actividad cerebral y la consciencia no excluye la posibilidad de que el cerebro
medie en el caso de la consciencia, pero que realmente no la genere. La
investigación de los estados holotrópicos ha recopilado una amplia evidencia
para dicha alternativa.
No
existen teorías científicas que expliquen cómo la consciencia se genera por
procesos materiales, ni nadie tiene la más remota idea de como algo así pueda
suceder. El abismo entre la consciencia y la materia es tan formidable que es
imposible imaginar cómo pueda ser salvado. A pesar de la falta de pruebas
convincentes de que la consciencia sea un epifenómeno de la materia, este
supuesto metafísico fundamental sigue siendo uno de los mitos importantes de la
ciencia materialista occidental. Aunque no exista prueba científica del hecho
de que el cerebro genera la consciencias, existen numerosas observaciones que
indican que la consciencia puede, bajo ciertas circunstancias, funcionar
independientemente del cerebro y del mundo material.
En
los estados holotrópicos, nuestra consciencia puede ir más allá de los límites
del cuerpo/ego y obtener una información precisa sobre distintos aspectos del
mundo material que no hemos obtenido en esta vida por mediación de nuestros
órganos de los sentidos. Ya hemos mencionado el hecho de revivir el nacimiento,
los recuerdos prenatales y la concepción. En Las experiencias transpersonales
nuestra consciencia puede identificarse con otras personas, con miembros de
distintas especies del reino animal, con la vida vegetal e incluso con
materiales y procesos inorgánicos. También podemos transcender el tiempo lineal
y experimentar vívidas secuencias ancestrales, raciales, kármicas y
filogenéticas, así como episodios del inconsciente colectivo.
Las experiencias transpersonales
pueden proporcionarnos no sólo nuevas y precisas informaciones sobre distintos
aspectos del mundo material, incluyendo aquellos con lo que no estamos
familiarizados, sino también con distintos personajes y ámbitos del espacio arquetípico
del inconsciente colectivo. Podemos ser testigos o incluso participar en
secuencias mitológicas de cualquier cultura del mundo y de cualquier periodo
histórico plasmadas con todo detalle. Es absurdo atribuir esta amplia gama de
experiencias, que describen de forma detallada varios aspectos presentes y
pasados del mundo mitológico, a alguna patología todavía desconocida que aflija
al cerebro.
La
evidencia más convincente de que la consciencia no es un producto del cerebro y
que puede funcionar de modo independiente proviene de la joven disciplina
científica de la tanatología, el estudio de la muerte y los moribundos. Hoy es
un hecho confirmado por muchas observaciones independientes que la consciencia
descarnada de la gente en situaciones próximas a la muerte es capaz de observar
con detalle el entorno de varias localizaciones cercanas o remotas, así como
acontecimientos. Los individuos clínicamente muertos (en estado de muerte
cardiaca e incluso de muerte cerebral), son capaces de observar sus cuerpos y
los procedimientos de rescate desde arriba y “viajar” libremente a otros
lugares del mismo edificio o distintos lugares lejanos. La investigación independiente ha confirmado
repetidamente la precisión de esas observaciones hechas por las consciencias
descarnadas (Ring y Valariano 1998, Sabom 1982 y 1988).
Un
amplio estudio dirigido por Ken Ring y sus colegas ha añadido una dimensión
diferente fascinante a dichas observaciones: gente ciega congénitamente por
causas orgánicas y que no han sido capaces de ver nunca en sus vidas pueden
percibir el entorno cuando su consciencia se libera de sus cuerpos en distintas
situaciones amenazantes para la vida. La veracidad de muchas de estas visiones
se ha visto confirmada por una valoración consensuada; Ring se refiere a dichas
visiones EFC verídicas (Experiencias Fuera del Cuerpo) (Ring y Valarino 1998,
Ring y Cooper 1999). Distintos aspectos percibidos detalladamente por la
conciencia desencarnada de los sujetos ciegos van desde detalles de aparatos
eléctricos en el techo del quirófano a los alrededores del entorno del hospital
observados a vista de pájaro. La investigación tanatológica moderna, por tanto,
ha confirmado un aspecto importante de la descripción clásica de los EFC, que
puede encontrarse en la literatura espiritual y en los textos filosóficos.
Las
EFC verídicas no se limitan a las situaciones cercanas a la muerte. Las hemos
visto repetidas veces en personas que pasan crisis espirituales (emergencias
espirituales) y en los participantes en los talleres de respiración holotrópica.
Algunos de dichos individuos son capaces de observar al grupo desde arriba y
describen comportamientos poco habituales de algunos de sus miembros, a pesar
del hecho de que ellos mismos respiren con los ojos cerrados. La consciencia de
otros deja el edificio y observa el entorno desde arriba o viaja a algún lugar
remoto y observa los acontecimientos que suceden en dicho lugar. A veces, esta
visión a vista de pájaro aparece en los mandalas.
Las
observaciones citadas demuestran sin ninguna duda que la consciencia no es un
producto del cerebro y, por consiguiente, un epifenómeno de la materia, o
posiblemente esta última esté supeditada a la consciencia. Las matrices de
muchas de las experiencias citadas evidentemente no están contenidas en el
cerebro, sino que están almacenadas en algún tipo de campo inmaterial o en el
mismo campo de la consciencia. Los desarrollos más prometedores de las ciencias
duras que ofrecen modelos para la experiencia transpersonal, son la idea de
David Bohm del orden implicado (Bohm,
1980), el concepto de Rupert Sheldrake del campo
morfogenético (Sheldrake, 1981, 1988) y la hipótesis de Erwin Lazslo del campo psi o campo Akásico ( Laszlo, 1993, 2004).
“La Respiración Holotrópica”.
Stanislav y Cristhina Grof; La liebre de Marzo, 2011.
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