domingo, 18 de marzo de 2012


La Naturaleza de la Consciencia,    por Stan y Chistina Grof.



Algunas observaciones del estudio de los estados holotrópicos de conciencia son tan radicales que no sólo desafían la teoría y la práctica de la psiquiatría, la psicología y la psicoterapia sino que también socavan algunos supuestos metafísicos más básicos de la ciencia occidental. Ninguno de estos desafíos conceptuales es más drástico y de largo alcance que las nuevas intuiciones sobre la naturaleza de la consciencia y su relación con la materia. Según la neurociencia occidental, la consciencia constituye un epifenómeno de la materia, un producto secundario de complejos procesos neurofisiológicos del cerebro y, por lo tanto, una parte intrínseca e inseparable del cuerpo. La investigación moderna de la consciencia llevada a cabo las últimas cinco décadas ha hecho que dicha hipótesis sea muy cuestionable.

            Muy poca gente, incluyendo la mayoría de los científicos, se da cuenta de que no tenemos ninguna prueba de que la consciencia se produzca realmente en el cerebro y por el cerebro. No hay duda de que existe una amplia evidencia clínica y experimental que demuestra unas interconexiones y correlaciones significativas entre la anatomía, la fisiología y la bioquímica del cerebro, por un lado, y los estados de consciencia, por el otro. Sin embargo, representa un gran salto lógico inferir a partir de los datos disponibles que dichas correlaciones representen una prueba de que el cerebro sea realmente el origen de la consciencia. Dicha deducción sería similar a la conclusión de que los programas de televisión se generan en el aparato, porque  existe una estrecha relación entre el funcionamiento o malfuncionamiento de sus componentes y la calidad del sonido y la imagen. A partir de este ejemplo es obvio que la estrecha conexión entre la actividad cerebral y la consciencia no excluye la posibilidad de que el cerebro medie en el caso de la consciencia, pero que realmente no la genere. La investigación de los estados holotrópicos ha recopilado una amplia evidencia para dicha alternativa.

            No existen teorías científicas que expliquen cómo la consciencia se genera por procesos materiales, ni nadie tiene la más remota idea de como algo así pueda suceder. El abismo entre la consciencia y la materia es tan formidable que es imposible imaginar cómo pueda ser salvado. A pesar de la falta de pruebas convincentes de que la consciencia sea un epifenómeno de la materia, este supuesto metafísico fundamental sigue siendo uno de los mitos importantes de la ciencia materialista occidental. Aunque no exista prueba científica del hecho de que el cerebro genera la consciencias, existen numerosas observaciones que indican que la consciencia puede, bajo ciertas circunstancias, funcionar independientemente del cerebro y del mundo material.

            En los estados holotrópicos, nuestra consciencia puede ir más allá de los límites del cuerpo/ego y obtener una información precisa sobre distintos aspectos del mundo material que no hemos obtenido en esta vida por mediación de nuestros órganos de los sentidos. Ya hemos mencionado el hecho de revivir el nacimiento, los recuerdos prenatales y la concepción. En Las experiencias transpersonales nuestra consciencia puede identificarse con otras personas, con miembros de distintas especies del reino animal, con la vida vegetal e incluso con materiales y procesos inorgánicos. También podemos transcender el tiempo lineal y experimentar vívidas secuencias ancestrales, raciales, kármicas y filogenéticas, así como episodios del inconsciente colectivo.
Las experiencias transpersonales pueden proporcionarnos no sólo nuevas y precisas informaciones sobre distintos aspectos del mundo material, incluyendo aquellos con lo que no estamos familiarizados, sino también con distintos personajes y ámbitos del espacio arquetípico del inconsciente colectivo. Podemos ser testigos o incluso participar en secuencias mitológicas de cualquier cultura del mundo y de cualquier periodo histórico plasmadas con todo detalle. Es absurdo atribuir esta amplia gama de experiencias, que describen de forma detallada varios aspectos presentes y pasados del mundo mitológico, a alguna patología todavía desconocida que aflija al cerebro.
          
       
 La evidencia más convincente de que la consciencia no es un producto del cerebro y que puede funcionar de modo independiente proviene de la joven disciplina científica de la tanatología, el estudio de la muerte y los moribundos. Hoy es un hecho confirmado por muchas observaciones independientes que la consciencia descarnada de la gente en situaciones próximas a la muerte es capaz de observar con detalle el entorno de varias localizaciones cercanas o remotas, así como acontecimientos. Los individuos clínicamente muertos (en estado de muerte cardiaca e incluso de muerte cerebral), son capaces de observar sus cuerpos y los procedimientos de rescate desde arriba y “viajar” libremente a otros lugares del mismo edificio o distintos lugares lejanos.  La investigación independiente ha confirmado repetidamente la precisión de esas observaciones hechas por las consciencias descarnadas (Ring y Valariano 1998, Sabom 1982 y 1988).
            Un amplio estudio dirigido por Ken Ring y sus colegas ha añadido una dimensión diferente fascinante a dichas observaciones: gente ciega congénitamente por causas orgánicas y que no han sido capaces de ver nunca en sus vidas pueden percibir el entorno cuando su consciencia se libera de sus cuerpos en distintas situaciones amenazantes para la vida. La veracidad de muchas de estas visiones se ha visto confirmada por una valoración consensuada; Ring se refiere a dichas visiones EFC verídicas (Experiencias Fuera del Cuerpo) (Ring y Valarino 1998, Ring y Cooper 1999). Distintos aspectos percibidos detalladamente por la conciencia desencarnada de los sujetos ciegos van desde detalles de aparatos eléctricos en el techo del quirófano a los alrededores del entorno del hospital observados a vista de pájaro. La investigación tanatológica moderna, por tanto, ha confirmado un aspecto importante de la descripción clásica de los EFC, que puede encontrarse en la literatura espiritual y en los textos filosóficos.
            Las EFC verídicas no se limitan a las situaciones cercanas a la muerte. Las hemos visto repetidas veces en personas que pasan crisis espirituales (emergencias espirituales) y en los participantes en los talleres de respiración holotrópica. Algunos de dichos individuos son capaces de observar al grupo desde arriba y describen comportamientos poco habituales de algunos de sus miembros, a pesar del hecho de que ellos mismos respiren con los ojos cerrados. La consciencia de otros deja el edificio y observa el entorno desde arriba o viaja a algún lugar remoto y observa los acontecimientos que suceden en dicho lugar. A veces, esta visión a vista de pájaro aparece en los mandalas.
            Las observaciones citadas demuestran sin ninguna duda que la consciencia no es un producto del cerebro y, por consiguiente, un epifenómeno de la materia, o posiblemente esta última esté supeditada a la consciencia. Las matrices de muchas de las experiencias citadas evidentemente no están contenidas en el cerebro, sino que están almacenadas en algún tipo de campo inmaterial o en el mismo campo de la consciencia. Los desarrollos más prometedores de las ciencias duras que ofrecen modelos para la experiencia transpersonal, son la idea de David Bohm del orden implicado (Bohm, 1980), el concepto de Rupert Sheldrake del campo morfogenético (Sheldrake, 1981, 1988) y la hipótesis de Erwin Lazslo del campo psi o campo Akásico ( Laszlo, 1993, 2004).
“La Respiración Holotrópica”. Stanislav y Cristhina Grof; La liebre de Marzo, 2011.

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