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domingo, 24 de junio de 2012


El cerebro y Las Leyes Universales.

“Me siento bien y tú también”


Es común escuchar a muchos hablando sobre lo malo, sobre lo que NO les gusta, sobre lo que NO quieren o sobre lo que NO están de acuerdo, etc.Todos NO. 


Es casi “normal” hablar de lo que “nos hace sentir mal", incluso de lo que “no está bien en ti, en mí, en él, en ella, en la salud, en la economía, en el gobierno, en la escuela, en el trabajo, en el mundo”. Es tan pero tan usual hacer esto, que no nos damos cuenta de lo nocivo que es para cada uno de nosotros. En otras palabras, utilizamos mucho de nuestro tiempo para estar centrados en los problemas, entendiendo un problema como algo que NO nos gusta o que NO nos hace sentir bien.

Cada vez que hacemos esto: hablar, pensar o sentirnos mal por algo que nosotros mismos promovemos, estamos “re-grabando el disco de nuestro cerebro” enfocándonos en lo “malo”, por lo tanto, no solo no podrá aparecer la solución sino que las cosas irán más o menos igual, nunca mejor.

Es tan importante sentirse bien, no solo por el disfrute que ello significa sino porque ese es nuestro “dial de frecuencia” que informa al universo hacia dónde vamos. Cada vez que nuestro cuerpo-mente sintoniza frecuencias bajas de dolor, pena, tristeza, rabia, temor, angustia, ansiedad, preocupación, etc, creamos más y más situaciones similares, más de lo mismo, más de aquello que NO nos gusta.

Lo mismo ocurre cuando leemos sobre lo que NO nos agrada y luego seguimos con la mente pensando un tiempo largo sobre eso y después lo comentamos con alguien y seguimos “manteniendo” esa vibración en nosotros.

“Todo bienestar, viene del aprecio, de ver lo bueno. Y siempre es posible ver lo bueno”, solo que no estamos habituados a hacerlo, sino acostumbrados y entrenados en ver lo malo.

El malestar en cambio, viene de la crítica o de la queja, que equivalen a estar enfocados en lo que “NO me gusta, lo que no quiero, lo que temo, lo que no quiero saber, lo que me aterra”, etc.

En todos lados se “ven” críticas, se escuchan voces que cuentan “lo peor”, se exponen imágenes que producen todo tipo de emociones negativas y es por eso que no es posible que nos sintamos mejor.

La Ley de la Mente (Hermes Trimegisto, 3000 A.C) dice que si nos sentimos mal es porque estamos pensando-hablando de lo que NO nos gusta y el resultado de esto es más y más malestar. Por el contrario, si ponemos el foco de atención en lo que SI nos gusta, en lo bueno que existe en la vida ahora, el resultado inmediato será el bienestar. “Es a partir de lo que
SENTIMOS que emitimos una frecuencia vibratoria-emocional que se irradia”
. De ahí la importancia de no quedarse atascado pensando-hablando-sintiendo acerca de lo que nos hace sentir mal, muy mal a veces…

No es cuestión de negar lo que sentimos, ni de “hacer oídos sordos a la realidad”, ni de falsearlo diciendo que está “todo bien”, sino más bien de ser conscientes de que si nos sentimos mal durante cierto tiempo es porque estamos aferrados a ideas fijas que nos hacen daño, nos duelen, nos hieren…Soltando esas ideas, cambiaremos nuestra vibración…y modificamos lo que “vemos” afuera.

Todo puede ser malo o bueno según el cristal con el que miremos, viejo refrán que está vigente.

“¿Qué mundo estoy viendo?”
“¿Qué personas estoy convocando?”
“¿Qué lecturas estoy realizando?”
“¿Qué programas de TV estoy mirando?”
“¿A qué pensamientos me estoy adhiriendo?”
“¿De qué temas estoy hablando?”
“¿En qué estoy pensando permanentemente?”
“¿Cómo me estoy sintiendo en este momento?”

Necesitamos dejar de hacer cosas que pertenecen a la “vieja consciencia del dolor y del miedo”, para abrirnos a “ser más amor” y así emitir esa frecuencia únicamente. La frecuencia del amor.

Las preguntas  que deberíamos hacernos son:

- “¿Cómo me hace sentir esto que estoy diciendo?”
- “¿Cómo me hace sentir esto que estoy pensando?”
- “¿Cómo me hace sentir esto que estoy haciendo?”
- O “¿Cómo estoy “siendo” en este momento?”

Por último, como la información que irradiamos permanentemente es acerca de  “cómo nos sentimos”, no dudemos en “escanearnos” conscientemente para no continuar con actos automáticos que nos mantendrán atascados en “lo mismo”.

 “Somos transformados por la renovación de nuestras mentes”, San Pablo.

lunes, 12 de marzo de 2012

Las distorsiones cognitivas


Uno de los primeros pasos para avanzar en el control de nuestra mente, es darnos cuenta de que ésta tiene un importante papel en la manera en como percibimos el mundo. Pese a que a menudo nos da la impresión de que son las circunstancias externas las que determinan cómo nos sentimos, observando atentamente nuestras reacciones descubriremos que nuestros pensamientos tienen un importante papel mediador entre nosotros y la realidad. Así, el “diálogo interno”  que forman estos pensamientos tiene una importante repercusión en nuestro estado emocional.

 Aaron Beck y Albert Ellis, (fundadores de la terapia  cognitiva), observaron que a menudo nuestros pensamientos, lejos de ser fieles a la realidad, hacen que tengamos una imagen distorsionada de la misma. Además, estos autores observaron durante su práctica clínica que los sesgos suelen repetirse, de manera que los agruparon en lo que hoy se conoce como “distorsiones cognitivas”. Algunas de las principales son las siguientes: 
Pensamiento polarizado o dicotómico: consiste en clasificar las cosas en términos extremos u opuestos (ej: todo o nada, blanco o negro, bueno o malo) sin tener en cuenta las posibilidades intermedias. 
Visión catastrofista: de entre las distintas opciones, pensar que siempre va a ocurrir lo peor (ej: como mi hijo se retrasa al llegar a casa pienso que le ha pasado algo horrible).
 Personalización: tendencia a pensar que lo que ocurre a nuestro alrededor está relacionado con nosotros (ej: mi jefe llega de mal humor y yo pienso que es porque está enfadado conmigo porque he hecho algo mal). 
Sobregeneralización: sacar conclusiones generales de hechos particulares (ej: como hoy me he olvidado los documentos de la empresa en casa, soy un fracasado y nunca voy a hacer nada bueno en la vida).
 Filtraje o abstracción selectiva: valorar una situación global como negativa debido a que hay algunos elementos que son negativos sin tener en cuenta otras características (ej: no aguanto que..., es insoportable...).
 Interpretación de pensamiento: suponer los pensamientos o intenciones de los demás sin prueba alguna  (ej: eso lo dice por..., eso se debe a...).

 Deberías: mantener reglas rígidas y exigentes sobre cómo tienen que ser la cosas (ej: yo debería ser..., yo no debería sentir...).
 Etiquetaje: poner etiquetas globales a nosotros mismos o a los demás sin tener en cuenta otros matices (ej: soy un..., es una...).
 Falacia de justicia: creer que todo debe ocurrir de una manera determinada y que si no es así es injusto (ej: no ya derecho a..., es injusto que...).
 Razonamiento emocional: creer que si uno se siente de una manera determinada entonces es verdad que tiene que haber un motivo real para sentirse así (ej: si siento tantos celos será porque hay razones para tener sospechas).
 Descalificar lo positivo: quitar importancia, ignorar o desvalorizar repetidamente las experiencias positivas, centrándose principalmente en lo que va mal (ej: alguien me señala que hay algo bueno en mi o en mi vida. Pensar; si pero… y enunciar alguna cosa que no va tan bien).
 Adivinación: predecir o profetizar el resultado de los eventos antes de que sucedan (ej: el examen me va a ir fatal).
 Sesgo confirmatorio: atender únicamente a aquella información que confirme mis ideas preconcebidas sobre la realidad (ej: si pienso que alguien es egoísta tenderé a fijarme y a recordar más los comportamientos que confirmen mi idea de que es así).
 Todas estas distorsiones suponen una visión simplificada y desajustada de la realidad, cosa que a menudo hace que surjan en nosotros emociones desagradables.
 El primer paso para combatirlas es tomar consciencia de que existen. Estar atentos a nuestro diálogo interno y esforzarnos por detectar términos simplificadores y absolutistas como “siempre”, “nunca”, “injusto”, “bueno”, “malo”, “debería”, “no debería”...nos puede facilitar la tarea.
 A menudo, el simple hecho de “pillarnos” poniendo en marcha estas distorsiones es suficiente para poder buscar fórmulas alternativas de pensamiento. Otras veces, sin embargo, el cambio requerirá que nos detengamos con atención para reformular estos pensamientos y sustituirlos por otros que se ajusten mejor a la realidad.

 Puesto que a veces la vida nos pone por si sola ante difíciles circunstancias, vale la pena conocer bien nuestro funcionamiento para no añadir a nuestra situación sufrimiento innecesario. La mente y sus pensamientos son un arma de doble filo: convertir nuestro diálogo interno en un discurso realista que nos sirva para motivarnos y no en un relato catastrófico que contribuya a que nos hundamos está en nuestras manos y requiere, como la mayoría de los cambios importantes de la vida, un esfuerzo de atención y constancia que sin duda se verá recompensado.